
Hombres dormitando en posiciones incomodísimas sobre los materiales de una obra en construcción, cabeceando en el subte con la mochila apretujada entre las piernas, tomando una siesta contra un volquete. Estas son algunas de las escenas capturadas en las fotografías que componen Siesta, instalación del Grupo Ravenna/Borchardt que ya se presentó en Uruguay y en la sala Prisma de Amigos del Bellas Artes y que en noviembre viajará a Berlín (Alemania).
La experiencia invita a sumergirse en la intimidad de una obra en construcción: las paredes de vidrio de la sala están ocultas por bolsas de consorcio, sobre una mesa cubierta por planos arquitectónicos hay termos con agua caliente, mate y algunas cositas para comer. La primera parte de esta experiencia requería la ubicación del propio cuerpo sobre superficies blandas: un par de colchones inflables y varios almohadones. Desde ahí se podía ver la proyección de las imágenes en loop: fotos capturadas por el arquitecto Mariano Ravenna y breves videos tomados en estaciones, andenes y vagones de subtes y trenes. El trabajo sonoro incluía los ruidos típicos de las obras, la atmósfera del transporte público, fragmentos de entrevistas realizadas a los trabajadores y el bandoneón en vivo de Hugo de Bernardi, quien trabajó su pieza con la sonoridad de silbidos y bostezos.
Durante más de tres años Ravenna aprovechó sus momentos de descanso en el trabajo para sacar fotos; en su archivo hay más de tres mil. Esas capturas relatan el momento de pausa en la que los obreros detienen la tarea para almorzar y descansar, esa breve suspensión en la que se permiten todo eso que no está regulado. Siesta propone un recorrido inmersivo desde el cuerpo para despertar la sensibilidad y enfrentar la paradoja, la contradicción, la incomodidad. Los cuerpos de los espectadores están relajados, dispuestos cómodamente en ese espacio acondicionado para disfrutar de una experiencia artística, mientras que los cuerpos observados son los de esos obreros contorsionados en lugares imposibles (no aptos para el confort) que duermen un ratito para poder recuperarse de la jornada laboral.
Lo más interesante ocurre en la segunda parte de la experiencia, cuando el público se ubica alrededor de la «mesa de trabajo» para compartir sus percepciones. En ese momento aparecen ideas y conexiones interesantes: en la sala Prisma se habló de la siesta como descanso, disfrute, pausa, supervivencia, tiempo robado, tiempo conquistado, apropiación de un espacio, gesto de rebeldía, tiempo para sí y para otros.
A partir de esas definiciones aparecieron otras ideas como la sobreadaptación, la alienación y la sobreestimulación a la que esos cuerpos están expuestos cotidianamente, el agotamiento y la fatiga como destino inevitable, la precarización y la explotación de los trabajadores, las profundas desigualdades que existen en el campo laboral y las tensiones que eso genera: se ha normalizado un trabajo esclavo que, a pesar de los avances tecnológicos, es muy similar al que existía hace miles de años: hombres cargando bolsas pesadísimas de material, ladrillos, hierros, caños, maderas.
También se pensó la división entre dos planos con dinámicas de funcionamiento muy distintas: el mundo de los cuerpos versus el mundo de las ideas, el trabajo físico versus el trabajo intelectual. Los asistentes eran, en su mayoría, gente dedicada a labores de escritorio (muchos arquitectos) entonces se enfrentaban a una paradoja: «Nosotros acá tirados mirando las fotos; ellos allá durmiendo en posiciones incomodísimas», dijo alguien. «Acá no somos tanto de poner el cuerpo», «los que estamos acá no cargamos ni una bolsita», confesaban otros. Y ahí, en el centro de esa escena, la contradicción: «Somos parte de este sistema perverso de explotación, buscamos el mejor presupuesto y tenemos que hacernos cargo de la parte que nos toca».
En algún momento la conversación derivó hacia el terreno del derecho laboral y el rol de los sindicatos: se habló de la media hora pautada para el almuerzo y la otra media hora pautada para la siesta (aunque no exista un lugar previsto específicamente para ese descanso), de la trampa de las horas extras y las conquistas recientes. Alguien celebró que el límite de peso de carga se redujera a 25 kg para cuidar la salud de los obreros (antes el límite era 50 kg y eso causaba lesiones complejas), otra persona comentó que en Uruguay se pagan los días de lluvia y en Argentina no, y otro espectador compartió que en las ecuaciones de los arquitectos los trabajadores están contemplados en el ítem «estándares de producción». En esos cálculos, los cuerpos desaparecen y cada obrero es reemplazable.
Otro de los ejes abordados fue la reflexión sobre el propio espacio: alguien se preguntaba cuántas siestas habrá llevado ese edificio ubicado sobre la Av. Figueroa Alcorta o cuántos obreros habrán trabajado allí. También se podría llevar ese interrogante un poco más allá y preguntarse cuántas horas de trabajo y siesta habrán acumulado a lo largo de su vida las personas que viven en los alrededores, cuántas horas de siesta y trabajo habrán acumulado los obreros de estas construcciones, cuántos años tendrán por delante y qué calidad de vida les espera.
«Las grandes obras construidas por ellos no van a alojar ni bienvenir esos cuerpos», sentenció alguien con mucho tino. Sobre el origen del proyecto, Ravenna cuenta: «Trabajé en este tipo de obras que duran muchos años y una parte de mi siesta, mi distracción y mi goce era salir a pasear por la obra para sacar fotos. Saqué cerca de tres mil, hicimos una selección y quedaron estas. Un día se las mostré a Mara (Borchardt) y ella imaginó el proyecto; hoy estamos yendo a varios países con la muestra». La politóloga dice que lo que más le sorprendía era «esa tensión que aparece en las imágenes: por un lado, vemos personas claramente exhaustas pero, a la vez, parecen gozar de algún modo y robarle algo a su propia explotación».
A los artistas les parecía una buena idea que las imágenes fueran vistas en la misma situación en la que estaban los obreros, que hubiera cierta intimidad y que los espectadores se tuvieran que tirar el piso. «Nos parecía interesante que esa tensión estuviera presente», dice Mara, y explica que para el montaje en Berlín agregaron imágenes de contexto; ahí aparecieron las tomas en estaciones de trenes y subtes. «A partir de estas fotos se puede hablar sobre los derechos del trabajador, sobre el placer, la incomodidad, el abuso, la salud de los cuerpos, el capitalismo o el asado. No se cayó en una línea básica, tratamos de mantenernos en un lugar desde el cual se pudiese ver un horizonte amplio de colores y contrastes fuertes. La muestra genera incomodidades pero no es lineal», subraya Ravenna.
Los obreros fueron invitados pero no asistieron (en la muestra de Uruguay sí hubo trabajadores presentes); hubiese sido muy interesante escuchar sus voces para completar la experiencia y sacarla de cierta endogamia. El grupo presentó un proyecto al Doctorado de Ciencias Sociales para recuperar las voces que reflexionan sobre la instalación y poder elaborar una lectura a partir de ellas. Siesta es una gran apuesta a la construcción colectiva de preguntas, una invitación a poner el foco en la tensión, a pensar la contradicción y a moverse en medio de la incomodidad.
